viernes, 2 de abril de 2010

- Esta tarde... -

Lo veo alejarse por el pasillo mientras mantengo la sonrisa fingida de quien tiene pocas horas de sueño y muchas de cansancio en la espalda, para despedir a quien sería mi último encuentro de la noche.
Y mientras él sigue caminando con su eterna compañera no puedo evitar pensar por que es tan fuerte el sentimiento que me ata a sus pasos lentos, a su broma constante, y hasta a su actual falta de orientación.
Por qué cada vez es más difícil despedirme de sus charlas si en el instante en que comienza su estadía tengo que dedicarle una importante cantidad de tiempo, descuidando así, al resto de mi meticulosa rutina.
Claro que no puedo evitar caer en la clara comparación del asunto para admitir que su imagen me remite a otra mucho más cercana, más familiar y por ello dolorosa.
Es en esos momentos donde el miedo a perderlo me paraliza y dejo de lado mi costado racional para concentrarme únicamente en un rato compartido.
Pero la melancolía se adueña de mis sentidos y me transporta al inicio de toda la historia, al funesto día donde me tocó despedir a la persona más importante de mi vida; dejarla a un costado y seguir adelante, con la convicción de que eso no sería exactamente posible.
Es ahora cuando me doy cuenta que el extrañarlo infinitamente se volvió una constante en estos últimos días y las lágrimas se pelean con el enojo que me produce no poder resolver la situación de la manera apropiada.
Mientras tanto, sigo viendo caer la noche en un pedazo ínfimo de cielo y me pregunto si es verdad eso que le decimos a los chicos cuando alguien nos abandona para siempre...
Si ese fuera el caso, y me estas mirando desde arriba, te pido que me guíes, que me ayudes una vez más porque me siento totalmente perdida.
Y esta angustia que se instaló en mi pecho hace unas semanas nada tiene que ver con mi promisoria realidad.
Quiero encerrarme a llorar sin sentir culpa. Descargar todo este dolor de mi cuerpo en esa combinación de fluidos que producimos cuando, como hoy, el presente nos juega una mala pasada.
No es que me falten motivos para sonreír... es que simplemente, hoy no puedo.

-DP-

PD: Tú no tienes alma... y yo no tengo valor para ver como te marchas, como si no pasara nada...

3 comments:

Alice Ayres dijo...

Mucho daño. Mucho daño.

Blonda dijo...

Uf...hay despedidas que duelen más de lo que deberían.

Y hay porqués que no tienen respuesta.


Beso enorme y que salga el sol =)

Anónimo dijo...

Si lloras por que no puedes ver el sol, las lagrimas no te dejaran ver las estrellas.